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Los monstruos que habitan en mí (parte 2) - Juan Carlos Abaunza
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Los monstruos que habitan en mí (parte 2)

Continuemos…

Como seres humanos tenemos unas capacidades variadas e innatas que si sabemos descubrir y aprovechar terminamos haciendo grandes cosas.

Volviendo o retomando el escrito anterior, en donde hablaba de mi montaña rusa de emociones y la vida vertiginosa que llevo hacen que de vez en cuando me detenga, tome aire, revise y analice qué hago mal y que hago bien.

El orgullo, ese orgullo que es bueno, el que le permite a toda persona mirarse al espejo con la mirada al frente y sonreir satisfecho de lo que está contemplando habita en mi, NO es Vanidad, la cual defino con la necesidad imperiosa de querer mostrar lo que queremos que los otros vean de nosotros, esa está descartada por mi, ya que el orgullo y alegría de ser quien soy y haber llegado a donde lo he hecho producto de mis esfuerzos me ha convertido en una persona autónoma e irreverente en cuanto a lo que los demás piensan de mi, me interesa más mostrarme como soy ya que es una completa rareza.

Encontrar una persona emprendedora, aguerrida con sus sueños, responsable pero al tiempo entregado a ratos a los placeres de la vida como unos buenos tragos o una fiesta que llegue al amanecer es extraño, más en un mundo en donde unos eligen postrarse ante su trabajo y otros ante la vida libertina.

Lograr un equilibrio cierto que me invite a iniciar un día labores tipo 6 am y terminar 2 am molido por el deber cumplido siempre queriendo más de la vida y otro día quiera ver un partido de fútbol o tomarme unas cervezas que se alargan hace que le pueda cumplir a la vida como llega y como la merezco.

No me privo de nada y conservo el rumbo que es lo que por lo general se pierde. Ahí otro demonio, el no poder parar, el que mi mente siempre esté pensando, ideando, organizando, disfrutando y no quiera parar y tomar un receso hace que me preocupe por la salud, el cuerpo se resiente y algún día pasará factura. En esto soy irresponsable, pienso que la mente gobierna el resto, pero el cuerpo tiene reglas y límites y éstos últimos no me gustan. A Dios y a la educación de mis padres les debo agradecer que tomé el camino del bien, de lo contrario, sería un delincuente de los más buscados, como Pablo Escobar en su época, citándolo unicamente por su ingenio y capacidad de hacer crecer sin límites su imperio.

Parar es sano, soy el más insano de los mortales entonces… Pero por qué determe si sé que puedo dar más?